Sergio, un joven de Molina, tiene la friolera de doce bodas a la vista y, después de hacer cálculos, no ha tenido más opción que vender un riñón para poder disponer de efectivo y evitar así, quedar como un mal amigo.
“Llega una edad en la que de golpe, les pasa algo y todos se quieren casar. El baremo de los regalos sube cada año más que la prima de riesgo y eso sin contar que al abrir la invitación, te aparece con disimulo una tarjetica enana con la cuenta bancaria, que dan ganas de decir: ¿Pero es tanto diseño, tanto papel bonico y tanto sobre gigante, para camuflar ahí la tarjetica? eh? Entonces ¿me invitas o no me invitas?”
Sergio nos comenta que vender el riñón era la única salida que veía ya que ha tenido que comprarse cuatro trajes para ir intercalando y que le de tiempo a llevarlos a la tintorería y recogerlos de nuevo. Además, nos dice que ha ingresado dinero en las doce cuentas corrientes y también ha pagado las doce despedidas de soltero.
"Lo que más me jode es que luego me pongo ciego en el aperitivo y ya no como ná en toda la boda" Nos comenta Sergio mientras se pone la mano dónde antes había un órgano.